El domingo 9 de Septiembre, durante la celebración de la IX Feria de la Biodiversidad Agrícola, el Club de Montaña “Aire Libre” de Torres de Berrellén, organizó una ruta senderista en la que pudimos descubrir y disfrutar el hermoso e histórico entorno donde se abrazan el Ebro y el Jalón.
Crónica de Miguel Aicart
La noche anterior llovió. Los campistas tuvieron que ayudarse entre sí para abrir surcos por donde circulara el agua caída en el aparcamiento donde acampaban. A la Feria de la Biodiversidad venia gente de lejos, por lo que pernoctaban en Torres para continuar el domingo; algunos venían con niños y se organizaban con una caravana, otras personas en tiendas de campaña, o incluso en un improvisado lecho en el coche.
Yo acudí con el bus de línea. Ya desde el Portillo la mañana mostraba gruesos nubarrones que amenazaban chaparrón. Pero, se fue despejando muy rápidamente en cuanto llegué al pueblo. Se borraban las preocupaciones por el aspecto del cielo. ¡Qué alegría se respiraba en el ambiente!
En la plaza principal los preparativos arrancaban con la satisfacción de hacer lo que gustaba hacer. Muchos pequeños esfuerzos se coordinaban como las abejas en una colmena. Qué bien se descansa cuando se ha organizado una acogida para otros, y la feria se ha colmado de interacciones muy amenas y encuentros cordiales. Todos aportan…y todos reciben. Era como si cada calle del pueblo recibiera una transfusión de vida colorida y multifacética.
Por el rabal, a la fresca y dispuestos a caminar por la ruta propuesta, se aglutinaron personas de todas las edades: bebes en carrito, niños de la mano, adolescentes, jóvenes y maduros de varias gamas. Los padres y madres bien pertrechados con paraguas explicando a sus pequeños lo bien que íbamos a pasar. Saludos, sonrisas y buena expectativa.
Una presentación en alta voz iba diciendo las personas encargadas de ilustrarnos sobre la fauna, sobre las plantas, sobre la geología y sobre la historia. Y un apoyo también por si hubiera caídas. Los árboles altos del fondo, hacia el escarpe, nos esperaban.
Caminamos hacia el campo donde un aire nuevo nos rodea, unos grandes rosales plantados en las últimas casas del pueblo refrescan y reconfortan. Un día nuevo da la bienvenida a quienes empiezan a dar pasos y el mundo entero abre su telón. Del pequeño pueblo procedemos, pero entramos en el mundo que siempre estaba ahí, nutriendo los cultivos, madurando las cosechas y preparando todo lo que los humanos necesitan para nutrir los acuerdos, madurar las conclusiones y prepararse también para dar fruto en sus vidas. Vamos caminando y conversando. Se forma una serpenteante hilera bordeando los charcos de la senda. Animadamente los pequeños detectan caracoles, babosas y plantas curiosas junto a la acequia.
Al rato ya nos adentramos en el entorno del río, aparecen bajo los árboles varias casas de campo con viña, higueras. Las moras que quedan por coger son atrapadas rápidamente. Es un ambiente diferente, fenomenal por ejemplo para los pájaros que se mueven a sus anchas. Los amigos de SEO Bird Life han realizado diferentes observaciones para reconocer las especies que allí anidan o pasan. Durante las escuchas, allí se encuentran – en el silencio confiado – con unos seres humanos quietos y atentos. Por una parte, ¡qué fortuna contar con esas zonas especialmente protegidas para las aves!. Por otra parte, esa calificación les preserva pero conlleva compensar a los agricultores.
Nos acercamos más a la orilla del río. Distintos ecosistemas contrastan a un lado y otro del río. Es el lugar donde se avista la antigua torre y la zona donde se asentaba la población en la época árabe. Una explicación detallada de las etapas históricas descubre un pueblo con posición estratégica. El orgullo de los nacidos en el pueblo o con familia directa se hincha. Recordar las huellas del pasado alimenta un sentido de pertenencia, un rastro por los siglos, como si todos los pobladores de todas las épocas estuvieran en uno mismo. Cuando relatan las peripecias de Doña Urraca, o las anécdotas de Juan Pablo Bonet, es como si dijeran: “Yo traigo en mi sangre todo aquello que pasó.”
Llegamos a una confluencia de corrientes, un entrelazarse del río Jalón con el río Ebro. El paraje es precioso; se oye corretear al Jalón y se le ve abrazándose al gran río, al que se entrega totalmente. Los militares todavía poseen – inexplicable e irracionalmente – una inmensa porción de terreno a la otra orilla. Todos juntos, éramos una treintena de personas, pudimos cruzar la fuerte corriente del río con una ingeniosa plataforma. El artilugio combina dos sogas atadas al cable metálico perpendicular al río de una orilla a otra, con el empuje del agua, y con las manivelas que hacen girar una bisagra, cruzamos el Ebro.
Este final y la experiencia de contemplar la belleza de la fusión de diferentes paisajes, me acercó a valorar y disfrutar el abrazo a la diversidad como seres humanos.